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Claudia Álvarez | Psicológa Clínica

¿Cómo piensa un procrastinador? Claves para entender este comportamiento

La procrastinación es un fenómeno ampliamente conocido: posponer tareas importantes a favor de actividades más placenteras o de menor relevancia. Pero, ¿qué hay detrás de este comportamiento? Entender cómo piensa un procrastinador es clave para abordar este hábito desde la psicoeducación y fomentar estrategias para poder superarlo.

1. El cerebro en busca de placer inmediato

Una de las principales razones por las que procrastinamos es porque nuestro cerebro está programado para buscar recompensas inmediatas. Este mecanismo, conocido como "descuento temporal", implica que valoramos más los beneficios inmediatos que los futuros, incluso si estos últimos son mayores. Por ejemplo, ver una serie o revisar redes sociales ofrece una gratificación instantánea, mientras que terminar un proyecto puede ser percibido como algo difícil y lejano.


El procrastinador tiende a enfocarse en el corto plazo, evitando el malestar que genera iniciar una tarea desafiante. Este pensamiento puede resumirse en frases como: “Más tarde me sentiré con ánimos para hacerlo” o “Todavía tengo tiempo, no es tan urgente”.

2. Perfeccionismo y miedo al fracaso

Paradójicamente, muchos procrastinadores son perfeccionistas. Este tipo de pensamiento se caracteriza por establecer estándares muy altos que pueden parecer inalcanzables. Ante la posibilidad de no cumplir con esas expectativas, el procrastinador evita empezar la tarea para no enfrentarse al fracaso o la autocrítica.


El miedo al juicio externo también juega un papel importante. Pensamientos como “Si no lo hago perfectamente, los demás pensarán que no soy capaz” refuerzan la procrastinación, ya que evitar la tarea se percibe como una manera de evitar también la evaluación negativa.

3. Sesgo de optimismo: “Aún hay tiempo”

El sesgo de optimismo es otro factor común en el pensamiento del procrastinador. Consiste en subestimar el tiempo necesario para realizar una tarea y sobreestimar las propias capacidades para completarla en el último momento. Este pensamiento lleva a una falsa sensación de seguridad que fomenta el retraso.


Sin embargo, cuando el plazo se aproxima, la ansiedad aumenta y el procrastinador puede verse atrapado en un ciclo de autopresión y resultados subóptimos, reforzando la idea de que "funciona mejor bajo presión".

4. Evitación del malestar emocional

Muchas veces, la procrastinación no tiene que ver con la tarea en sí, sino con las emociones asociadas a ella. Por ejemplo, una tarea puede generar miedo, frustración o duda sobre las propias capacidades. En lugar de enfrentar estas emociones, el procrastinador busca distracciones para evitarlas, entrando en un ciclo que refuerza el malestar a largo plazo.

5. Falta de claridad y objetivos difusos

Cuando una tarea no está claramente definida o parece demasiado grande, el procrastinador puede sentirse abrumado. Pensamientos como “No sé por dónde empezar” o “Es demasiado trabajo” facilitan la postergación. En estos casos, dividir la tarea en pasos más pequeños estrategia útil.

Estrategias para cambiar el pensamiento procrastinador

  • Reconocer el ciclo de la procrastinación: Identificar cómo los pensamientos contribuyen al retraso de las tareas es el primer paso para cambiar.
  • Establecer metas claras y alcanzables: Definir objetivos específicos ayuda a reducir la sensación de abrumo.
  • Practicar la autocompasión: En lugar de criticarte por procrastinar, comprende tus emociones y enfócate en soluciones.
  • Usar técnicas como el "método Pomodoro": Trabajar en intervalos cortos con descansos programados puede hacer que las tareas se sientan más manejables.

Entender cómo piensa un procrastinador es el primer paso para romper con este hábito. Con práctica y estrategias adecuadas, es posible transformar el enfoque hacia las tareas y recuperar el control del tiempo.

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